Meditando con birmanos en tierra de budismo

Estoy en tierra de birmanos, y ellos saben. Aquí nació maestro Goenka, el máximo responsable de que la ciencia del Vipassana haya llegado tan lejos en Occidente y en el mundo. En un centro de meditación tengo las facilidades, me cuidan, guardan mis posesiones materiales, me dan de comer, me he introducido en el entorno apropiado de un monasterio.

Una de las cosas que no voy a olvidar de este lugar es la evolución de frescor y sonido que experimentamos desde la mañana -4.00 am- hasta la noche en la silenciosa sala de meditación. Los grillos aún nocturnos, las cigarras del alba, los pájaros, las lecturas en megafonía lejanas del Tripitaka por monjes de algún otro monasterio, de nuevo los grillos en el oscurecer. Y mi respiración, claro.

Pero no estoy aquí para escuchar cigarras sino para escucharme a mí, y el ruido de mi percepción. Son 11 días con voto de silencio, así que es lo que me queda. Alternativamente, escucho al difunto maestro, su voz grabada con mensajes bien escogidos. De ellos, aprendo los siguientes puntos.

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«Bhavatu Sabha Mangalam», dice el maestro tras muchos de los cantos que preceden una sesión de meditación silenciosa. Significa ‘que todos los seres sean felices’.

En el camino del dharma o dhamma (ley, pilar, camino, ley de la naturaleza) existen tres fases importantes que cumplimos durante el curso.

SILA: común a muchas religiones orientales, es la moralidad: una serie de preceptos que hemos de cumplir, durante el curso y antes de él.

SAMADHI: concentración, consciencia. Los tres primeros días del curso únicamente observamos el objeto de meditación: la respiración: hacemos anapana.

PANYA: experiencia, sabiduría. El resto del curso observamos nuestras sensaciones y reacciones internas, desarrollando el entendimiento o sabiduría: hacemos vipassana.

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En el discurso del tercer día, no hay desperdicio. Hemos aprendido las tres características de la realidad:

ANICCA: impermanencia, gran palabro del budismo. Todo es transitorio, todo cambia.
DUKKHA: sufrimiento. Toda experiencia lleva asociada una insatisfacción.
ANATA: no hay una entidad permanente tipo ego.

El budismo hace un hincapié especial en el concepto de impermanencia. Entender la impermanencia de nuestro cuerpo es clave para experimentar una liberación de carga. El maestro Goenka ponía varios ejemplos muy interesantes con su humor.

El primero, era una factura de electricidad. El usuario ve siempre la misma bombilla en su casa, con la misma luz. Cuando llega el agente con la factura, el usuario se queja y dice que siempre ha tenido la misma bombilla y luz. Pero en realidad por ella han pasado millones de senos de corriente alterna tan rápido que no es visible a nuestros ojos. La bombilla, nuestro cuerpo, parece constante pero no lo es.

El segundo era una vela que se enciende de noche, y por la mañana parece ser la misma llama pero en realidad han pasado millones de llamitas rápidamente una tras otra, creando un efecto de constancia o permanencia.

El tercero esel río en el que nos bañamos. Cuando nos metemos, parecemos entrar en una masa estática de agua, pero cada segundo el río es renovado y el agua completamente distinta.

Todos estos ejemplos hacen referencia al cuerpoen el que estamos: cada pocos años, ninguna de nuestras células es la misma, nuestro cuerpo es renovado completamente. Los científicos modernos han calculado la velocidad de cambio de nuestro cuerpo a nivel subatómico, y salen valores trillonésicos. Uno de ellos basó su experimento en la ‘bubble chamber’, o cámara de burbujas, y comprobó que somos una masa de bolas -o células, o átomos- y en cada átomo hay cambios y sensaciones a cada instante: el cuerpo no tiene solidez, la solidez es una ilusión. Un estudiante preguntó al científico, que había llegado a la misma conclusión que Buda: -Entonces, ¿te has iluminado? -No, contestó el profesor, pues había calculado y observado valores pero no había experimentado en su cuerpo tal realidad.

El propósito de esta meditación es experimentar y no solo entender a nivel intelectual. Es a nivel sensorial y físico que entendemos la técnicay la aplicaremos correctamente: con ese entendimiento de nuestra naturaleza, el apego, el ego, las reacciones emocionales, la negatividad, etc. no tienen cabida, simplemente no la tienen. Como también entendemos que nos vamos a ir sin nada y que no queremos nada.

Otro ejemplo del maestro acerca de nuestras ‘masas de bolas’ o cuerpos, era un hombre que, en una noche de pasión con su mujer, ve sus cabellos como el oro de un palacio, los dientes como un collar de perlas, y las uñas como el nácar. Al día siguiente y sucesivos, a la mujer se le caen estas partes accidentalmente en la sopa, y el marido grita rechazando la comida. -¡Anoche eran joyas!, dice la mujer. ¿Solo son bellas cuando son parte de la masa de bolas? ¿Qué es pues, la belleza? ¿La forma de las cosas juntas? -¡Qué estupidez!, decía mi maestro.

Somos impermanentes y en cualquier momento nos desintegramos, así que menos ego, guapos. Mi deformación profesional obligó a mi mente, tras aquel discurso, a devanear un poco e imaginarme a nuestros cuerpos como esas líneas de arena que son juntadas con formas en ciertas partes de una menbrana horizontal, por la vibración de un altavoz que entrega una determinada frecuencia o sonido. [véase Kenichi Kanazawa]

Somos vibraciones, no solidez; somos como granitos de arena que se separarán o desintegrarán en cuanto cese el sonido: en cuanto cese la vida. En cuanto dejemos de comer…

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Otro día, el quinto, con un discurso algo más aburrido pero mucha miga, guardé algunos mensajes. Seguíamos con la impermanencia pero introdujimos la ecuanimidad (uppeka).

El maestro decía que, a nivel sensorial, tenemos 6 percepciones, los cinco sentidos más la mente. Dentro de cada uno, hay 4 fases en la cadena de eventos.

1, OIR (por ejemplo)
2, PROCESAR
3, EVALUAR (bueno, malo, neutro)
4, REACCIONAR

Es en la cuarta fase donde raccionando, generamos ‘shankaras’o nudos en nuestro camino. Se trata de erradicar un patrón sólido de comportamiento de la mente ante las cosas buenas y malas. En la raíz, tenemos enquistado el apego a ideas de cosas que nos llegan por los sentidos; la ecuanimidad es la clave para operar el quiste, pues la miseria y el sufrimiento se generan dentro: es la reacción la que lleva el veneno y genera la miseria de no tener lo que se quiso o tener lo que no. Según Buda, si no reaccionamos y aplicamos ecuanimidad ante toda sensación, sin involucrarnos, ante pensamientos, emociones, dolor… poco a poco cambiamos el patrón y dejamos de generar miseria de apego o rechazo a cada factor del entorno, que es por cierto de naturaleza inevitable.

Así surfeamos la vida más hidrodinámicamente, nos ponemos de lado ante las desavenencias en lugar de abiertos de brazos, limpiamos los nudos y aprendemos el arte de la vida y con él, el de la muerte, morir sonriendo felices sin apegos y penas por lo material.

Todas las acciones verbales o físicas se originan a nivel mental, y con una mente purificada tampoco tendremos pensamientos feos ni negatividad: es una cura a la miseria acumulada en el pasado, y la miseria no vuelve.

El maestro particular del curso me dijo que todos los males que experimentamos en el cuerpo o en las emociones, enfermedades o preocupaciones sutiles, etc. tienen un fiel reflejo en el cuerpo como una sensación observable por nuestra atención cuando meditamos. Tenemos así un acceso directo a su raíz y solución.

La clave de ser ecuánime para lo malo y para lo bueno es recordar la impermanencia de las cosas: todo se va, ¿por qué sufrir? Como el maestro solía decir a las sensaciones o emociones que le surgían: ‘a ver cuánto me duras’, ó ‘verlas venir, verlas irse’, ó ‘y ahora esto, y ahora esto, y esto y esto…’ mientras observaba el show imparable de cambios de su cuerpo.

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Días 7 y 8: fé y devoción ciegas?

Tanto anicca como uppeka (impermanencia y ecuanimidad) hay que aplicarlos en el nivel experiencial más que en el intelectual: menos creerlo a ciegas y más verlo.

Hay que mantenerse sintiendo en todo momento. Incluso el bostezo, el sueño o el aburrimiento, el dolor, hay que verlos venir de lejos con la atención total. Los buenos meditadores que tengo en frente, ni se inmutan jamás, no bostezan, no se aburren: están, a full.

La atención y la ecuanimidad son las dos alas de un pájaro, dos ruedas de un carro que se complementan en la técnica. Hay que observar las sensaciones en el momento de la reacción propia, para aplicar ahí exactamente la ecuanimidad.

Al estar retirados, los cinco sentidos trabajan menos (silencio, ojos cerrados, etc.) y se deja más protagonismo a la mente y las sensaciones observadas con la sensibilidad máxima desarrollada en el curso sobre el cuerpo físico.

Esos recuerdos traumáticos que aparecen de pronto en la mente (especialmente tras días en silencio) producen a veces hasta un dolor, una contracción incluso muscular, y hay que paliarlos con ecuanimidad en la práctica de meditación, antes de recibir esa reacción tan fuerte acumulada.

Así acabamos con la generación de negatividad, de coste, de pereza ante la vida y la gente. Cuando salga del curso, quiero estar más atento al mar de sensaciones que el mundo exterior me va a tirar encima, y así practicar la ecuanimidad.

La ultra atención desarrollada para ese control interior es una joya en al vida diaria. Se llama ‘Mindfulness’ (siguiente entrega).

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