Poco antes de llegar a Namche Bazar recuerdo cruzar el rio Dudh Kosi, que ya estaba muy encañonado, sobre largos puentes colgantes. Lo más interesante de estos puentes no era solo cruzarlos y sentir su vibración rebotante entre los extremos mientras se observan las vistas, sino ver cómo filas enormes de yapkies o yaks los cruzaban. Eso si no te los cruzabas de frente en el puente porque sus cuernos no dejan espacio para más. Miles de banderas tibetanas han sido atadas a los puentes y a veces cuelgan varios metros. La estampa en la distancia de un puente lleno de yaks entre nieblas es una de las más protegidas en mi memoria.

Los precios se incrementan en Namche y sigo con una fuerte intención de seguir subiendo pesado -con tienda, saco, abrigo, comida, cocina- pero dotado así con la posibilidad de acampar entre enormes picos nevados cuya magnificencia y belleza nunca me cansan los ojos, especialmente ahora que la altitud y posición del pueblo -3440 m- deja ver muchos de ellos aunque solo por instantes a primera hora. Soñando con esta posibilidad, parto una mañana con una mochila reducida pero con todas mis cosas de acampada.
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