9 Septiembre 2016
Muchas nubes, y dentro de ellas, nieblas.
Llegué a Pelling sin saber si podría quedarme en el monasterio de Pemayangtse pero sabiendo que había vistas tempraneras geniales a las montañas. Rápidamente encontré caminando la escuela Padma Choeling, asociada al monasterio en la educación social de niños desamparados con los principios budistas. Era la hora de volver al monasterio y un montón de niños me guiaban y rodeaban en la calle al caminar: a uno de ellos, listico, cabroncete y que chapurreaba inglés, le conté mis planes de quedarme para ver posibilidades, y me dijo que tendría que hablar con el señor Yapu, al que rápidamente reconocí como la máxima autoridad de Pemayangtse.
Giramos en una curva y pude ver por primera vez, entre muchas banderas ‘horse-wind’, la estructura del edificio principal del monasterio, grande y cuadrado como de costumbre pero rodeado, en lo alto de un cerrito, de casas auténticas de piedra y madera antiguas, centros donde tienen 1000 velas en la noche, donde cocinan y comen, o donde dan clase. Tras él, un jardín redondo y verde con un pórtico que da acceso bajo una gran puerta tibetana a la zona de residencia. Pemayangtse es delicioso por las vistas, el contraste entre los colores del monasterio y las montañas, y es como una pequeña aldea consciente y con propósito.
Llegamos y el niño me mete en una casa preciosa y coloreada tras el patio redondo, y me veo en un cuarto viejo pero ideal donde parecen alojar a visitantes pero hay niños aquí y allá. No me acomodo sin la aprobación de los superiores… el señor Yapu llegó en un coche viejo y me acerqué con el rabo entre las piernas. Me entrevistó y me dio el VB para quedarme allí, en el cuartito azul de la casa, su casa: él vive en la parte alta y tiene todo ventanitas alrededor. Vaya suerte, me encanta mi humilde cuarto y mi ventana llena de telarañas por fuera.
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10 Septiembre 2016
Good morning, Sir! -me decían todos los niños esta mañana, yo aún con legañas buscando las montañas que solo se ven al alba, entre los andamios de un edificio donde toman clase temprano. Nos levantamos a las 4.30, horario monje! y yo voy directo a buscar belleza nevada en la distancia, que tanto cuesta ver en esta época húmeda de lluvias y nubes. Educados, los niños me sonríen a las barbas que ellos nunca llevarán; niñas de 10 años ya enseñan lo básico a niñas de 5, y lo mismo los muchachos. Así, todos tienen repartición de tareas desde niños, al estilo de la vida entre monjes.
Yo me voy a buscar otro ángulo más silencioso hacia las montañas. Huele a humo verde en la mañana: es una ofrenda diaria que un jóven monje hace cerca de donde busco las mejores vistas; quema hojas tiernas de pino en un altarcito pegado al monasterio y el humo verde se mezcla con la niebla. Los monjes jóvenes me observan pero como siempre, y me encanta, me dejan estar y nadie pregunta.
Sí, esta mañana con arte divino los cielos se abrieron y me dejaron ver, al amanecer y entre ratos, los picos del Kanchenjunga, el marco más ideal imaginable para los alegres colores con los que esta gente pinta todo. Hoy las ví y me maravillé de sentir algo que se cumple, aún sin haber entrado a Nepal. Ya con el sol saliente todos los niños y adolescentes cantan en sus cuartos y dependencias, creando un murmullo general de voces no-sincronizadas que se superponen; los que ya han cambiado su voz saben ‘torcerla’ para sacar un tono extra que indica su capacidad para el ‘canto armónico’ que tanto me interesa. Llaman ‘pishas’ a las escrituras rectangulares que describí, las leen en voz alta y tibetano, muy aplicadamente. Suenan instrumentos cada tanto. Hoy hay ‘puja’ y varios monjes adultos y viejos han venido a cantar -leer- en el templo, interrumpidos cada tanto por tambores, cimbales y trompetas tibetanos. Los niños se afeitan unos a otros las cabezas en una esquina del patio: se acicalan para la presencia de los lamas visitantes.
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11 Septiembre 2016
Hoy parece haberse vuelto a realizar una de esas imágenes deseadas que traía en la mochila todos estos años: volvía a Pemayangtse después de visitar el monasterio cercano de Sanga Choeling, entre tinieblas. Mi ser caminando por montañas himalaicas de monasterio a monasterio, con unos picos nevados tal vez como marco de fondo.
Medito, ya que la niebla lo ha invadido todo y no deja ver, en una sala superior del templo donde el silencio es más notable. Hay una increíble construcción hecha por un alabado monje antiguo en plan mandala, en una vitrina, que me quitaba el hipo cada vez. Un mundo conectado con el cielo por arcos-iris. Después camino despacio, reverencio a las figuras varias de la sala, y me vengo a mi cuartito, a escribir, con una café de latita.
Hay un hombre viejo, ‘the elderly’, que merodea por la casa y tiene el permiso de Yapu para dormir y colaborar: me encanta, siempre con su gorro de lana, hace el té cada mañana para todos los niños y me invita, reparte la cena en las noches en las que voy con ‘la familia’ a esa cocina en construcción con los niños traviesos y los padres extraños, sin madres.
Cuando me iba el tercer día, Yapu me dijo que me quedara a hablar y decidí no rechazar. Me intrigaba lo que querría decirme. Pero como no le encontré, me fui a las ruinas cercanas de Rabdentse, otra experiencia mística entre nubes abriéndose lentamente para dejarme ver las montañas y valles de Sikkim que voy a abandonar… (más que nada porque se me acaba el permiso que tengo para estar en esta tierra, que ya había extendido en una comisaría de policía). Son las ruinas de una antigua capital del reino y no pueden estar, como todo, en mejor lugar. Estuve absolutamente solo en el trayecto y allí, caminando por bosques neblados y por atalayas de vieja piedra y ruinas, como ésta en la que están los tres ‘Chortens’ donde la familia real de Sikkim solía hacer ofrendas y oraciones a sus deidades en el palacio.
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Se generó otro momento inolvidable cuando regresé y busqué a Mr. Yapu en su piso superior. Es una sala de estar donde nos sentamos uno en cada extremo, la imagen idolatrada de ‘Guru Rinpoche’ en el altar a un lado, al que hice la misma reverencia que a Yapu al entrar, se inició una gran conversación con grandes silencios entre medias, sus ojos cerrados y meditativos. Miles de colores y figuras, decoraciones budistas en cada pared y esquina.
Yapu es uno de esos hombres, ahora frente a mí, que tiene la expresión y los ojos de un hombre oriental sabio, de hecho es reconocido social y políticamente en el reino de Sikkim por varios episodios que su carácter le ha llevado a protagonizar en el pasado. Por eso me parecía un honor tenerlo frente a mí de aquella única manera. Me pregunta, contesto, y parece dormirse mientras lo hago, después silencio, cabecea, sorbe de un té con una paja enorme y suena el reloj.
Fue militar condecorado por algunas heroicidades. Es de esas personas con edad que no pueden evitar ser profundamente conservadoras solo por la melancolía de aquellos tiempos pasados y mejores, donde había nobleza y lealtad. Dicen que a veces hace ‘cosas raras de magnitud pública’ y estoy seguro de que van relacionadas con esa melancolía. Cuando le cuento que el colgante artístico manual recién traído de Sanga Choeling que tengo en el cuello me ha sido obsequiado por un monje pero que quiso a cambio una donación, entra en silencio y parece despertar su dolida concepción del actual Sikkim.
-Antiguamente nadie hacía esas cosas, dice. -No era noble.
Sus palabras me transportan a un tiempo anterior a corrupciones, anterior a personas que intentan cobrarme más por un plato de comida o un transporte en mi periplo por Sikkim. No, en el tiempo de Chogyales de Sikkim, no se permitía nada de eso a nadie, pues los principios budistas estaban tan inculcados en el pueblo con el esfuerzo del rey que jamás se llegaba a esos extremos.
Noto que disfruta con un interlocutor que tiene pocas pero suficientes nociones de budismo como para perderse en frases, y que no le gusta que no se me trate en su reino como tales principios exigirían. Por lo que no puedo por menos que preguntarle si no es verdad que él no tiene nada de simpatía a la absorción de Sikkim por parte de India en 1975. Otro silencio, y me cuenta que aquel referéndum fue amañado en 48 horas para que saliera el sí.
Si el reino es hoy uno de esos lugares de cuento de hadas, qué sería entonces. Con la democracia de India llegaron, dice, los oportunistas, especuladores y corruptos, y con ellos, digo, el recelo de perfeccionistas y románticos como el Sr Yapu, sentado frente a mí en este monte de Pemayangtse, el gran monasterio, en su habitación de honores, mirándome con esos ojos graves y transportándome a la era de monjes, reyes, reinos y tronos en montañas nebladas y picos blancos de ochomiles himalaicos.
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* Yapu quería hablar para ofrecerme el hacer la página web de la escuela de niños, pues conocía mi ex-profesión. Todavía estoy buscando hoy el email del director del cole. Pero bueno, esto no es tan romántico de contar :)