El calor es insufrible. Voy caminando por senderos de tierra rojiza en la enorme planicie escogida por los budistas aquí, junto al río Irawadi, para levantar nada menos que 4000 templos y pagodas.
Vuelvo a dejar las sandalias junto a otros tantos montones de ellas, a la entrada de un nuevo templo.
Este templo se llama Dhammayangyi y es de dimensiones superiores a los demás; base cuadrada y piramidal. Me postro ante la gran imagen de Buda que hay en la entrada principal y hago mis pequeños respetos mentales. Nadie me ha enseñado a hacerlo, yo he creado el mío propio y lo ejecuto con una simple devoción que ya forma parte de la experiencia de Birmania, un país con un noventa y tanto por ciento de budistas.
Y ahí empieza otra pequeña historia de sensaciones y conexión espiritual. Veo mi colgante de cuarzo tocar el suelo al arrodillarme y apoyar la frente sobre mis manos, también sobre el suelo, y más atrás entre mis piernas, mis pies desnudos; al fondo, la luz de la puerta de entrada al templo, detrás de mí, blanca y pura.
Continúo a la derecha. Los templos suelen tener un recorrido más o menos complejo para circular a través de sus pasajes y pasillos; a veces se encuentran escaleras que llevan a niveles superiores, que pueden tener acceso al exterior: éstos son los mejores para la puesta de sol o el amanecer.
En cada uno de los lados del cuadrado hay imágenes enormes de Buda, su tamaño va en relación al del templo. Y en todos y cada uno de los huecos que hay en las gruesas paredes de ladrillos, que a veces son infinitos, grandes, pequeños, pero sin excepción, hay imágenes de Buda esculpidas en barro, cemento, piedra o madera, muchas veces adornadas con el insistente dorado, el color de la iluminación espiritual. Más del 90% de los Budas, he advertido, son creados en la posición post-iluminación: piernas en full loto y una mano abierta al frente con los dedos en una posición… complicada. Sonríe, sus ojos cerrados, tranquilo.
El olor de cagadas de paloma vuelve a llenarme la cara. Varios perros duermen a la fresca sombra de estas paredes. Los templos son mantenidos mínimamente por los devotos locales, tanto en limpieza como en arreglos exteriores.
Siento en mis pies descalzos las baldosas gastadas por los pasos, camino muy despacio, tengo mucha sed. Van dejando de oírse las voces de los vendedores del exterior, y el silencio llega. Hay varias ventanas altas y grandes con escaleras donde puedo ver el exterior. Doblo la primera esquina y PAM!
Otro pasillo largo de techos altísimos y una enorme abertura al fondo, por donde pasa algo de aire. Mi sudor empieza a secarse.
En este lado del templo hay dos Budas simétricos a ambos lados de una puerta de conexión con el hall de entrada. Encuentro cerca de ellos una escalera que me lleva a un segundo piso; no hay salida pero tengo vistas al interior y exterior del templo. Otro rato de observación.
De vuelta abajo, doblo la siguiente esquina, PAM!
Otro pasillo idéntico, pero con tantos matices que no caben en mis ojos. Estoy solo, y veo que la luz de la tarde entra divinamente por las aberturas del templo con delicadeza, mostrando la realidad oculta de las viejas piedras allá donde llega. Líneas oblícuas de sol caliente y sombras frías, pegando aquí y allá.
Puertas de madera muy vieja, muy vieja, en las que pega el sol y puede verse una belleza extraña incluso en sus grietas, rojizas.
En este lado del templo hay un Buda completamente diferente a los demás. Tiene una expresión armónica y natural, benevolente y tierno. Simple, aún no está iluminado, trabaja aún con su introspección, no es de oro. Este es mi Buda, pienso, mi preferido de Bagan. Sin duda.
Me postro de nuevo, esta vez ante él. Me rindo con ganas, me arrodillo con ganas y sabe rico el doblar el cuerpo y sentir el templado y sucio suelo. Le hablo. Le agradezco que compartiese su experiencia con el mundo, paso a paso.
Me siento a meditar y sí, es de esas veces que sí. Nadie pasa, el y yo solos, la energía fluye, siento mi cuerpo de arriba a abajo, tal y como él enseñaba, sensibilidad máxima, me quedo algo absorto entre sensaciones y pensamientos inevitables y …
… hmmhm …
Una brisa fresca me acaricia la espalda. Parece que se está levantando una tormenta calurosa. Sensible, quiero continuar. Me levanto y vuelvo al pasillo, en la siguiente esquina PAM!
hay una corriente de aire fuerte que traen las nubes de lluvia, a través del templo, ¡Qué placer! Me asomo a ver y sí, el cielo está gris y amenazante, no me importa, puedo estar aquí, en este pasillo, con esta corriente, toda la vida.
Me pongo a caminar pie con pie, midiendo pies, juntando el talón de uno con la punta del dedo gordo del otro, haciendo meditación de caminar, silencio, ojos cerrados, observando cada paso con la mente, desde el culo hasta los dedos de los pies: un mar de sensaciones.
Las baldosas gastadas por los pasos. Templadas. Otro rato de introspección.
Mindfulness, consciencia total, Ahora.
* * *
Ahí fuera está mi bici de paseo alquilada.
El tiempo se estabiliza y voy a continuar, por caminos de arena rojiza que ya no arden, puedo seguir descalzo, hasta otro templo, tal vez pequeñito, para la puesta de sol. Hay tantos que es fácil doblar las esquinas de sus pasillos en la más absoluta soledad/silencio. Y sentarse con luz suave a entender de nuevo, junto a Buda, la calma.
* * *