Pero las ciudades

Cuando llegué a Auckland y sentí la energía de la ciudad me dí cuenta de que las últimas ciudades grandes por las que había pasado eran Valparaíso y Santiago, en Chile, hacía seis meses, antes de la cruzada del pacífico.

Fue genial porque Nueva Zelanda es genial y ha sido al pasar por las ciudades brillantes, civilizadas, ejemplares y modernas de países bien establecidos como este o Australia, que la energía de las ciudades me absorbió y me hizo entrar en un mar de reflexiones acerca de la evolución de nuestra especie y de mi propio encaje en este patrón tan deliberadamente asentado que son los núcleos de vida humana. Una verdadera relación amor-odio:

Yo pensaba que me había librado de ellas, pero las ciudades tienen a veces algo que te aprieta y te hace entender que son parte de tu vida y de tu generación, y que has de participar de ellas. Quizás tengan cosas que necesito, o que me gustan, o de las que soy adicto. He pasado demasiado tiempo en ellas. No voy a vivir en una después de largarme (creo), pero tienen algo que siempre me va a interesar, que no puedo negarme. Aunque creo que el futuro no está en las ciudades, que ese no es el camino, me atraen tal vez porque representan en gran medida una de mis obsesiones: el futuro.

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Caminando en la noche sobre las calles vacías de los montes de Valpo, cargadas de buenísimos murales y graffities, ya sentía esa magia que hace únicos los rincones asolados y silenciosos para sus únicos visitantes.

Durante mis días en Santiago disfrute de una ciudad moderna e interesante, capital de un país adelantado en latinoamérica, consumista y llena de gente moderna, de coches buenos y tecnología que llegan del buen rollo con manos internacionales de interés y de vender básicamente el país y sus infinitas y ricas tierras. Todas las mañanas al despertar veía la ciudad cubierta con una nube de humo amenazante y sus gentes decían que siempre estaba ahí, acostumbrados. También ví que es en las ciudades donde surgen las revueltas y las quejas, las desigualdades y los problemas innatos de nuestra propia inexperiencia gobernándonos.

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Confieso que me derrito con la interesante arquitectura de Santiago, otro de los atractivos de las ciudades. Yo y mis dos amigas de Santiago nos ponemos en medio de la plaza de la bandera, de pronto, a intentar meditar sentados en una escalera. Tras unos minutos Keka me confiesa que tiene como una paranoia de que hay gente mirándonos y a veces no puede evitar abrir los ojos para cerciorarse. Esta paranoia me hizo pensar en esas presiones invisibles de las ciudades, de ser observados, de ser alguien, del sentido del ridículo, de las limitaciones en cuanto a dejarse ser, conseguir la aprobación de los demás, en definitiva, una falta de libertad real de las ciudades. Recuerdo una casa en la que viví de couchsurfing en un buen barrio de Puerto Montt recién construído, donde las casas eran como de juguete, monas pero enanas e idénticas, tan cerca unas de otras que absolutamente todas las ventanas estaban siempre cerradas y acortinadas para mantener una mínima privacidad, haciendo que sus habitantes, representantes de una sociedad futurista, viviesen encerrados entre cuatro paredes y las pantallas de sus teles y móviles.

Y pensé también que amaba mucho la libertad disfrutada en la última fase de las Américas, aquella independencia y libertad en las montañas y en los bosques, siempre tranqui, que no cambiaría ya por nada.

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Las iglesias en medio de una ciudad y la calma dentro. Los jardines y parques de Auckland, impresionantes árboles desconocidos, contrastados con altos edificios. La cantidad de población oriental asentada y su cultura chocante en cada esquina.

Un maorí y yo nos encontramos en esta iglesia

Un maorí y yo nos encontramos en esta iglesia


Las normas. La policía, el hombre contra el hombre, la injusticia, las leyes elegidas por minorías, la corrupción, los culpables sin identidad, los bancos, la falsa democracia y sus pestes, las quejas, las clases, los ricos, la oligarquía, los pobres, los homeless, el cartón de vino, el alcohol, las drogas. La impotencia de tener que pertenecer y respetar un conjunto de normas aunque solo se consideren coherentes un diez por ciento de ellas. La práctica imposibilidad de cambiar las cosas individualmente… y asociadamente.

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La maravillosa compenetración a veces existente entre ciudades y naturaleza, el respeto a ella, combinación entre árboles, ríos, parques y viviendas sostenibles y sociedades limpias y ejemplares, orden y educación, asombrosas combinaciones motivantes y esperanzadoras para un futuro incierto.

Los queenstown gardens ocultos a orillas del lago Wakatipu, Queenstown

Los queenstown gardens ocultos a orillas del lago Wakatipu, Queenstown


North terrace, Adelaide

North terrace, Adelaide

Pero también ví que las ciudades son el lugar donde nos ponemos a prueba a nosotros mismos, hasta nuestros límites, en lo bueno y en lo malo. Las peores pestes y gentes están en las ciudades, en los suburbios donde crecen con impotencia y de cualquier manera las gentes primogénitas de una sociedad que no sabe controlarse y mantener a todos equitativamente, pobres gentes que viven entre la ignorancia y la rebeldía contra los que no son pobres, el pedo mal tirado de la buena digestión de un sistema rico y con recursos pero incapaz.

¿Por qué vivimos en las ciudades ciegamente sin plantearnos otras opciones? ¿Es tan importante esa supuesta comodidad, un trabajo, una familia que alimentar? ¿No son éstas excusas fáciles? ¿No hay claramente otras opciones mejores incluso para nuestra familia que alimentar? ¿Tanto nos asusta la pérdida de comodidad? ¿Qué comodidad? ¿Es realmente cómodo, eso?

Y de pronto, Melbourne. Como una colleja que me hace ver de nuevo la belleza de lo más evolucionado que tenemos, ua ciudad ejemplar en el mundo, una sociedad sabrosa y dispuesta, educada y moderna. Ver cómo interactuan unos con otros, lo bonito de ver que podemos funcionar y entendernos y ayudarnos y darnos… cuando tenemos qué dar. Cómo todo es fácil así… aunque carísimo. La evolución y la calidad de vida son para ricos, parece.

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La ciudad es todo rincones y sabores, no se puede parar de andar y ver personas aparentemente interesantes, estilosas, orientales a puñados, pero occidentalizados, con estilo, buen inglés y maneras, algo muy interesante. El río Yarra, los botanics, arte, música en las calles, gente con mucho talento. Divertido, adictivo, genial.

Basking in CBD

Basking in CBD



El clásico tram 35

El clásico tram 35

Me sube la bilirrubina justo cuando entra a pinchar Kevin Saunderson, uno de los míos, de los clásicos, en un piknic electronic rodeado de rascacielos y una luna brillante entre ellos. Bailo entre cientos de personas entregadas a cualquier risa y buen rollo que pueda surgir, es imposible no bailar con estos ritmos. Mi primera fiesta decente en casi tres años de viaje, que me hace volver a mi pasado y saborear otra de las guindas del mundo urbano, cosmopolita, la diversión social que abre puertas en las personas y que las hace a veces quedarse en las ciudades.

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Una niña de unos cuatro años baila en los hombros de su padre, me hace pensar… ¿Cuándo empezamos y cuándo dejamos de salir y bailar? ¿Tal vez cuando dejamos de necesitar integración o atención? ¿Es ahí cuando empezamos a necesitar menos las ciudades y a sus personas? ¿Buscamos tal vez amor fácil, pasajero, alguien que nos ame por un día, para cubrir la falta o soltar otras tensiones que la misma ciudad que nos da ahora, nos ha quitado antes?

Adicciones y reflexiones urbanas. ¿Cuáles son las tuyas?

5 comentarios en “Pero las ciudades

  1. Un bar de tapas que tenga buen vino, un café en una terraza bonita y bien ventilada, un museo arqueológico y una buena librería. Esta última adicción en el futuro que mencionas no la tendrá nadie, porque están desapareciendo. El futuro, tal y como pinta, no mola nada. A mí al menos no.

    Potente post. Da la sensación de que tienes ganas de largarte a alguna ciudad un tiempito (!)
    Todo es cíclico (?)

  2. Hi Danny that’s Alex and Anna if you remember we met you once in Milford Sound highway :) In case if you are still in Auckland we might catch up for a few drinks. Also if you need to stay somewhere – you are welcome at our house, flick me an email on 2535015@gmail.com

    Cheers,
    Alex

    • Wao guys! What a surprise!
      It is truly beautiful you’re still trying to help after all this time…
      Thanks so much!
      Unfortunately I am already gone and far, in Asia, so no beers this time… But please keep in touch as I’d love to see you again.
      Best!

      • Sure, let’s stay in touch :) The globe is round, so we’ll meet somewhere eventually. Take care

        Cheers,

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