Día 11
Estoy con turnos de amanecer. Amanece como una hora más tarde que hace diez días, por nuestro movimiento longitud oeste: estamos a unas 1300 mn de la costa, que debe ser peruana y no chilena.
Poco después de que empezase a clarear, cuando empiezan a verse las velas, he oído respiraciones de ballenas. Poco después, había cientos de ellas, por todas partes, en la dirección del viento y la corriente, adelantándonos lentamente. A veces juraría que podía oírlas. Mierda, no tengo hidromicrófonos.
Una jóven jugó a darse la vuelta junto a la amura de estribor, casi tocando.
Sólo alcanzo a verles la cabeza y la espalda en su proceso de respiración. Son enormes y negras, inofensivas, aunque no me extraña que asustaran a antiguos marinos y generasen leyendas expansivas. El sol destelleaba entre nubes al salir, la superficie del océano era un espejo roto y flexible. Las pequeñas nubes que nos adelantaban desde sus bajas presiones, con rachas inesperadas que a veces obligan a arriar alguna vela, eran de cuento. Con sus lluvias diagonales debajo y enmarcadas en naranja.
Como son puntos de humedad en la distancia sobre el mar, a veces se transforman en un corto y ancho arco iris entre el mar y la nube. Hay muchos arcos iris en el pacífico.
A las ballenas no les gustan las cámaras. La saco y desaparecen, no he podido enganchar ni una. Las ballenas, he aprendido esta mañana, son de esas cosas que se hicieron para los ojos; guardé la cámara y disfruté feliz del momento, con el piloto automático.