22 noviembre 2013
Si tuviera que elegir un vehículo para salir de Utila, elegiría, obviamente, un barco de vela. Pues las historias se cruzaron muy propiciamente, y un matrimonio encantador de aventureros americanos (Charlie y Karen) nos ofrecieron, a los recién licenciados en buceo, una expedición a vela con noche en los cayos cochinos de Honduras, dejándome a mí después en tierra firme para continuar mi viaje hacia el sur. Cuando se desea mucho una cosa, pasa? Era una oportunidad ideal para poner a prueba mi licencia de navegante y aprender el vocabulario marino en inglés, algo que necesitaba bastante, y deseaba mucho. Mucho.
Pumpkin Hill, el cerro de Utila, se hacía pequeño detrás de nosotros. Fue lo último que desapareció, tras horas. El viento era suave y el día soleado. Todos ayudábamos a los dueños: hay un montón que hacer a bordo en la navegación a vela. Su dulce compañía, las comidas con ceviche de atún y el ambiente educado a bordo, sólo podía verse idealizado por completo cuando Karen, en un momento silencioso de la travesía del primer día, gritaba -Dolphins!!-
Un enorme grupo de delfines aparecía inesperadamente por todas partes alrededor de nuestro velero, curiosos, boca arriba y boca abajo, asomando sus aletas en un son alegre que dejaba escuchar sus gritos de alta frecuencia por aquí y por allá. Yo había visto esto en alguna película y sinceramente, no esperaba tal regalo en aquel momento. Nos acompañaron un buen rato, y poco a poco fueron menos: diez, tres, dos… y ya.
Atardeció en el océano.
El viento no era gran cosa en el primer día y llegamos tarde a los cayos cochinos. La noche ya era cerrada; habíamos hecho una buena entrada y nos posicionamos bien protegidos del viento. Queríamos averiguar dónde fondear, ya sólo teníamos 10 metros de agua debajo, parecía todo coral y no encontrábamos arena, nadie contestaba mis llamadas por radio en inglés y español a guardacostas locales en ningún canal, y no se movía nada cuando enfocábamos con un foco potente a la orilla. Todo ésto, con la oscuridad y calma total de la bahía, me hacía sentir intimidado por el lugar, observado por locales, y por qué no, un poco colono. Bajamos el dingy (mini-zodiac) y Anthony y yo remamos a la costa para encontrar alguien que nos ayudara. Un hombre salió ante nuestra luz, le hablé en español y nos indicó la posición de una boya para engancharnos. El capitán Charlie se relajó y ahora estaba contento, y ya podíamos sacar el ron pirata y el ceviche. Sin comentarios sobre las estrellas, ni sobre el amanecer lunar mientras me dormía, agotado.
Cuando el sol se pudo pesadito Laura y yo despertamos definitivamente en el exterior. Una hora antes, el olor del café de Charlie y Karen me había despertado lo suficiente como para disfrutar de un arco iris caribeño muy jefe.
Ahora, el matrimonio paseaba remando en el dingy por la bahía y yo me lancé directo al agua para librarme de las legañas. Volví a apnear como en los viejos tiempos, feliz de sentirme capaz de pasar largos ratos disfrutando bajo el agua, para mirar desde el fondo cómo una repentina lluvia golpeaba fuertemente la superficie. Charlie, también experimentado buceador, apareció al rato para encontrarme sentado en una estructura metálica submarina, absorto entre la lluvia y un sonido animal submarino que quisiera haber grabado porque era de lo más curioso: Charlie y yo lo comentamos con risas en superficie.
No había tiempo que perder y pusimos rumbo a tierra firme para mi desembarco. Otros cayos idílicos se quedaban a los lados mientras charlábamos de mil y una cosas en la bañera de popa.
Ésta travesía a vela será otro tesorito más en mis recuerdos, aunque espero que no sea la única…
Pero yo ya me concentraba en mi vuelta a la soledad, al mainland, a mis aventuras. Estaba deseando llegar a Nicaragua, y la manera más rápida era hacer noche en Tegucigalpa. Conozco a gente allí, seguro que me ayudan. Seguro?
Próximamente: la peor noche.
Que brutal, Dani, un placer leerte.