El desapego a cualquier cosa que se alcanza tras años sin pertenencias es interesante. Con una mochila cada vez más pequeña en la espalda como único haber, se levita más en el mundo de las posesiones materiales.
En ella, el ordenador o la cámara, únicas cosas de valor, me pesan cada vez más porque son valiosos y tecnológicos, y no cuadran. Y me obligan de alguna manera a escribir en el blog de los huevos, que también pertenece a algo que se queda atrás y no es tan compatible con mi rumbo hoy en día.
El esfuerzo, aparentemente inexistente, de haber conseguido semejante grado de abstinencia sobre las cosas, hace que uno se plantee quedarse en este nivel indefinidamente, no volver a ensuciarse con las dependencias. Es como la abstinencia de cualquier cosa, sea privándose de fumar, drogas, chocolate, coca-cola, emociones falsas, o hablar, como en aquel retiro espiritual de Vipassana o la vida en aquella comunidad rainbow de la jungla, tras los que me costó readaptarme a la vida «normal». Podría hacer esto por siempre, en cualquier dirección, ya no hay miedo a nada: creo que ya no necesito nada.
Tras el primer año de viajar recuerdo estar golpeado por un cansancio más moral que físico por la contínua lucha diaria con una vida de «desamparo» y de trabajo por conseguir cada día la mejor opción en comida o cama: es así, sin gastar, que se puede viajar años seguidos.
Tras el segundo, me golpeó la falta de cariño, el de amigos, el de familia, el de pareja, bendito. Se vive sin él, o con pequeñas imitaciones temporales, pero falta, falta.
Pero hoy me preocupa que las cosas cada vez se saborean menos porque se acostumbra uno a esa intensidad permanente del viajar, a la belleza de los paisajes, a la locura del viaje, a la aventura infinita. Recuerdo intensidad y asombro con lugares del primer año peores que otros que ahora me provocan tan sólo un ‘ah, mira’. ¿Hay un límite sensorial que se quema, como el aburrimiento de una vida común, también en el viaje, o es que estoy nublado por alguna preocupación o ansiedad?
Hoy, mi memoria y mi mente, como las de aquel que sufre alucinaciones por hambre o sed, me golpean con imágenes espontáneas de coca colas abriéndose o sándwiches con el queso derritiéndose, pero en la añoranza. Recuerdos y flashbacks muy repentinos y reales, visuales, sobre momentos que ni uno sabía que recordaba, que traen añoro intenso y doloroso, que hacen valorar y querer mucho lo que se dejó y ya no se tiene. Solo por eso ya vale la pena un viaje tan largo, largarse.
Porque llegarán años de disfrutar de ‘la otra’ vida a tope, intensamente, del cariño, uno lo sabe. O metafóricamente, de tomar coca colas, vino y chocolate sin límite.
Cada día en esa vida, ‘la otra’, traerá, quizás, recuerdos y flashbacks intensos y dolorosos de añoro del viaje, de largarse.
Así queda uno vivo intemporalmente, en una presencia constante, disfrutando de las cosas que no se tuvieron durante un tiempo y Ahora se tienen.
El Hombre siempre quiere lo que no tiene; se puede quizás complacer al Hombre en ciclos de 3, o X años; o se puede vivir felices siempre con lo que no se tiene, pero tampoco se quiere.
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Y si no mira, te largas otra vez y fuera.