Cerca del campamento de Dungla acaba el glaciar Khumbu, la gigantesca lengua de hielo que viene directa del valle congelado que se forma entre el Everest, el Lhotse y el Nuptse. Su final se deshace en un río alegre que se ha de cruzar para empezar a ascender hasta enfilarse junto al glaciar, sobre su margen derecha, por la que se camina ya hasta el mismo campamento base. Hay un famoso memorial en el camino con inscripciones en tibetano e inglés y los restos de varios expedicionarios que perecieron en su intento de subir o volver del summit.
Caminar los siguientes dos días junto a aquel glaciar tuvo la comodidad de que la pendiente general no era muy inclinada y se acababan los interminables ascensos entre jadeos, aunque el terreno sí era abrupto y lleno de irregularidades. Presentía que a mi derecha, por el vacío que había en las vistas, se extendía algo inmenso, y no tardé en encaramarme al borde del precipicio que forma el glaciar al excavar tras tantos milenios su propio surco. Un río de hielo gigantesco que cava tan hondo que se cubre de rocas, tierra y ocasionales lagunas, dando la impresión de que no hay tanto hielo … a la vista. El tiempo nunca nos acompañó y el frío y las nubes cubrían todo lo que alcanzábamos a ver, convirtiendo los momentos de visibilidad en alegrías efímeras.
En los campamentos de aquellas noches, Lobuche Y Gorak Shep, tiré la toalla con el tema de acampar en estos lugares tan mágicos. Resulta que si el inquilino consume una cena y/o el desayuno, le regalan la estancia. Tales comidas eran caras para mi bolsillo adaptado a Nepal y un largo viaje, pero no consideradas objetivamente (entre 7 y 10 USD por plato). Llegar a Lobuche con ciertos rayos repentinos de sol para secar ropa y disfrutarlo, amistades y ganas de sentarse con gente a charlar, me sedujo y en lugar de hacérmelo precariamente, pedí un té que, en esta zona, se calienta con unas interesantes parábolas solares que concentran los escasos rayos que se filtran… en la tetera!
Conforme ascendíamos, el hielo se fue mostrando cada vez más obvio en el glaciar. Algunos yapkies se cruzaron en el camino portando los víveres que se utilizan en la última instalación humana de la zona, Gorak Shep. Cuando los hielos comenzaron a girar hacia arriba para perderse en las alturas del silencio hacia el Everest, encontramos el lugar, sobre el mismo glaciar, del que parten todas las expediciones al ‘summit’ del planeta.
En esta dura época no está instalado y hay un famoso enclave decorado con banderas tibetanas donde parar a sentir la fuerza del destino para el que tanto habíamos caminado. Nos dejamos llevar en imaginación y cuevas de hielo azul, estalactitas, lagunas glaciares, paisajes extraños donde lo único que se oye son las avalanchas, un rumor seco, absorbido por la nieve y el hielo eternos del lugar, como de una tormenta cercana, manifestándose a los ojos curiosos que apuntan a tal estruendo como una nube blanca de nieve en polvo, violentísima, pues el sonido llega mucho más tarde que el hecho en sí.
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A las 4.30am me despierto con la alarma de mis amigas y salgo al exterior directo a ver qué condiciones propone la madrugada del día en que vamos a escalar a Khala-Patar, un cerro con una vista privilegiada a los 8800+ metros del Everest (al alba las nubes están bajas). Es la única oportunidad para verlo bien y se reza por el clima. Nevando. Pero una hora antes, me dice el griego Dionisos, había estrellas… suficiente para intentarlo: despierto a mis amigas y salimos con la misma ropa del día anterior a oscuras a ascender una dura pendiente hasta los 5643 metros, con una falta de oxígeno y aliento que no nos permite tardar menos de 1.5 horazas en subir por la nieve reciente, congelados, a una altura en que el contorno negro al trasluz del alba del monstruo se dibuja claramente, junto al Nuptse y otros ochomiles. Pero la serpiente neblinosa y nerviosa de los valles cubrió de pronto las alturas y nos quedamos, decenas de personas, con un recuerdo vago de de un pico monstruoso, indisfrutable por la altitud y el esfuerzo de ascender en la nieve.
No siento frío al ascender, pues jadeo agotado con muchas pulsaciones por minuto. Algunas personas descienden tras minutos de congelación, incapaces de soportar el frío de la inactividad o afectados por el mal de altura. Todos mis amigos se van, ante mi sorpresa, y convenzo a un chileno llamado Nacho para quedarse ‘media hora más’, bailando sobre nuestras botas para descongelar nuestros dedos; ciertos horizontes y valles parecieran querer abrirse a nuestros ojos, aunque hacer previsiones aquí es lo más absurdo que hay; en media hora todo puede cambiar de negro a blanco y viceversa. Vi las preciosas vistas al otro lado del cerro, y los tan cercanos e impresionantes picos de Pumori y Lingtren, que ya son China. Después de 3 medias-horas de paciencia y algo de persistencia, la magia empezó a ocurrir y los cuatro gatos que estábamos (Nacho, yo y cinco tardíos norteamericanos que llegaron muy optimistas entrada ya la mañana) vimos que Everest y hermanos, protagonistas del horizonte, hacían gestos de aparecer.
Las nubes se abrían sensualmente ante una alegría explicada por el hecho de que al final sí, el motivo de tantos días de camino, frío, esfuerzos, y lluvias se hiciese realidad; el Everest se mostraba soleado ante nosotros por largo tiempo, el sol nos calentaba, los presentes excitados queríamos una foto, el entorno era simplemente perfecto (glaciares e infinitos picos altos, blancos, perfectos, lagos y lagunas de azul helado) y yo subí a lo más alto del cerrito, entre peligro y soledad, a agradecer en pensamientos a las Alturas que, de nuevo, mi viaje estuviese lleno de sentido, y que el cuarto año siguiese resplandeciendo con emociones.
Gracias a ti por tu tiempo leyéndolo