23 Mayo 2014
Brasil es grande. Pero mucho. Tanto como un continente.
Quisiera llegar a Río para la copa del mundo. Después de desembocar en el Atlántico con el Amazonas, me enfrento a un descenso por la costa brasileña hasta Salvador de Bahía.
Una de las ciudades que más interés me despertaban, no me dejó indiferente. Vivía en una casa, por couchsurfing, de un jóven policía encantador que hasta me dejaba cosas para desayunar. Era en una favela lejísimos del centro y cada día me tomaba una hora y media llegar a pasear, y espiar la belleza brasileña de una ciudad que está llena de negros y mulatos de origen africano y que le dan toda la fuerza de su increíble raza, tradición y costumbres. El Brasil africano: la ciudad con mayor población negra del mundo fuera de África, el 80%.
Hay algo aquí en Bahía, sin duda. Ser bahiano es de orgullo local. Aquí nació la Capoeira, que viene de los esclavos africanos que en realidad aprendían a luchar detrás de una impresionante danza.
Cuando llego cada día al Pelourinho, en el corazón de la ciudad, me vienen aires lisboetas, en su asomo a la Bahía como allí al Tajo, y en sus casas coloniales barrocas y calles empedradas al estilo de Bairro Alto. Los rincones entre las casas, a veces muy roídas por los años, me llenan de motivación a cada paso. Pero en Lisboa no hay grandes mujeres negras cocinando acarajés, una comida tradicional bahiana.
Baixa e alta, las dos partes de la ciudad se recorren, con la mirada disparada hacia arriba, perdida en detalles y capas de colores, mientras se escuchan en esta o aquella esquina, cada tanto, esos ritmos brasileños de un simple pandero y un triángulo metálico, quizás un berimbau, que parecen llevar sonando 400 años sin parar, muy auténticos, esto no son imitaciones y le recuerdan a uno dónde está y la suerte que tiene.
Pero saben qué? Me callo; les tiro un montón de imágenes -siempre dichosas- y quizás puedan oírlos ustedes mismos, como yo.
Brindando con patxarán por ti y por lo otro, en tu honor lo otro, AHORA mismo.