27 Ago 2016
Fue un día perfecto ayer. -me alegra poder reconocer que cualquiera de aquellos días era perfecto-
Cada cosa que necesitaba, la pedía y me llegaba; la comida, la cena, la puesta de sol ideal, un arco iris bajando de las nubes hasta las montañas, como un puente fácil para que algún ídolo de las viejas civilizaciones sin ciencia bajase de los cielos a visitar y generase gran expectación y murmullo entre sus habitantes.
Por la noche hablé largo sobre budismo con el «big-lama» del monasterio de Lhabrung, muy jóven a pesar de ser el leader, y le caí con una gran pregunta que en aquellos días solía preguntar a los sabios que me encontraba. La presencia de Dios en India me había llegado tan profundo que ahora el budismo se me quedaba como incompleto al no considerar su existencia… o al no considerarla como otros.
-¿Crees que Dios existe?
Mirada breve dejando de recoger por un instante.
-Por supuesto que Dios existe.
Increíblemente, aún pensando que aquellos hombres de las montañas no consideraban a Dios, ésa era la respuesta la mayor parte de las veces. Me generaba más complicidad con ellos.
Me fui a dormir a una habitación y leer con velas. Hoy me despierto con la luz y me vuelvo a la cama para ver el amanecer desde ella, el sol subiendo y marcando el contorno de la cresta de la montaña en él, con un árbol justo en el trasluz, en un agujero del horizonte rocoso.
Pareciera que en esa entrega a Dios en la que Él se encarga de todo cuando uno va con fé, hubiese una gran veracidad, especialmente si uno se sabe conformar con comida y agua, o solo pedir lo que realmente necesita: refugio, comida, agua.
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Pues anda que el 29 ago 2016, no ha sido rico ni nada. Desistiendo de mi intento de llegar a YangYang el 28, me dejo llevar por un jóven conductor de sumo a su propia casa perdida en las montañas cálidas y húmedas de esta parte de Sikkim, donde conozco a sus 4 hermanos y 4 hermanas -por las que me siento muy atraído, siiii, aún siendo pequeñillas-. Tras ratos de cenas y desayunos en una cocina de fuego frente a la casa, bajo unos toldos, me organizo un día con combustible de cocina, cocinilla, hamaca y libro todo en la mochila pequeña, para perderme todo lo posible en los valles verticales de la zona. Caminando despacio he esperado un poco por una lluvia matutina en una casa bonita al final del pueblo, donde me han sacado un plato de comida y la lluvia era especialmente bonita y no molestaba. Silencio y gotas.
Después, al abrirse los cielos (en Sikkim mi esperanza es cada día que los cielos se abran y las nubes den tregua porque sé que tras ellas siempre hay picos nevados y ochomiles remotos) como para ver perfiles negros muy empinados de crestas afiladas pero aún pobladas de coníferas por encima del tejado de la casa, he empezado a caminar con el sabor de Ghandi en la boca y he cruzado arroyos sobre puentecitos de tronquitos y vistas a abismos verdes; encontré el lugar ideal en un saliente con vistas a todo donde poner la hamaca colgada entre dos pinos, un murmullo enorme de cascada venía de la garganta del valle que ya se me acababa y no podía continuar caminando, que fue la banda sonora mientras cocinaba por fin, después de mucho tiempo, con la cocinilla de lata.
La lluvia me respetó hasta que llegué de vuelta al pueblo y un hombre tímido y sorprendido con mi aparición de entre los árboles, me dijo que eran las 3:33.
La casa de la familia grande donde compartiría de nuevo cuarto con los hermanos me esperaba.
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1 Sept 2016
TASHIDING, el monasterio en la flor de loto, los montes de alrededor son sus pétalos sugerentes y tiene todo el encanto del mundo antiguo. Está sobre el capullo de una flor de loto (un monte central entre otros mayores). El mismísimo Gurú Rinpoche, venerado como segundo Buda, padre del budismo tibetano y gran maestro, se retiró aquí un tiempo en el s. VIII, y pueden verse las cuevas donde meditaba en los alrededores. Dicen que hay secretos aún por resolver de su legado. El Dalai Lama también hizo una larga visita al lugar y su residencia está allí con vistas a los valles, y la estupa de Jamyang Khyentse Chökyi Lodrö está allí grande y dorada entre varias, completando así las razones para peregrinarlo.
AL monasterio llego empapado de nuevo, fuerte lluvia a la que uno se rinde en el sudor de un ascenso duro y pesado, resbaladizo.
Grite Hellooooooooooo varias veces y ningún signo de vida contestó, perdiendo un poco la calma. Un muchacho de Kashmir me saluda en una casa de madera sobre piedras, típica del lugar, me dice que no hay nadie, pero me recibe. Es tarde y el monasterio cierra. El muchacho resulta ser budista tibetano peregrinando allí por tercera vez, y para mí es una gran fuente de información para mis intereses budistas, transformando mis dudas en saberes. Las conversaciones se abren entre velas mientras fuera cae más lluvia sobre siglos de sabios y estupas puntiagudas.
El famoso ‘tar-shok’ o ‘lunta’ -escribo lo que oigo- o caballo del viento que tanto he visto ya en las banderitas de colores tibetanas con inscripciones o mantras simboliza la energía -o chi en china- que necesitamos para no desviarnos del camino espiritual, una motivación constante en el entorno que nos recuerda la misión y la moralidad. A esta bandera generalmente blanca y a veces alargada y enganchada a lo largo en enormes palos de bambú junto a los monasterios, se le conoce normalmente como caballo del viento o bandera de oración, aunque su figura suele venir acompañada, en las cuatro esquinas cardinales, por cuatro figuras adicionales: el tigre blanco, el león de la nieve, el dragón y la figura mitológica de Garuda. El caballo porta la triple-gema que representa los tres pilares fundamentales del budismo: buda, dhamma, sangha, en los que buscamos y obtenemos refugio y deben ser siempre recordadas en cualquier rama del budismo (lo hacíamos en los remotos retiros Vipassana). Al ondear en el viento, transportan las oraciones inscritas al cielo como el caballo volando en el viento.
Los manis o tornos -ruedas de plegaria- que están en los templos y se giran siempre hacia la izquierda tienen una misión similar: ayudan al devoto a reunirse con su camino, fé y fuerza, pues al girar esparcen los mantras inscritos (mayormente om-mani-padme-hung) por el lugar y sustituye a las propias plegarias. A veces estas ruedas son giradas por alguna corriente de agua -como comprobaría más continuadamente en Nepal-, por el viento o por el calor del fuego al ascender, incluso el de una vela. A veces son unas rueditas que giran en la mano de un hombre o mujer mientras oran meditando, con una bolita para hacer inercia. Y a veces las ruedas son de varios metros de altas o anchas y cuesta arrancarles una vuelta, pero éstas siempre golpean una campanita al pasar con un palo en lo alto, constituyendo un sonido típico del lugar. Siempre hay alguien que les da carrerilla al pasar, incluido un servidor, o cualquier visitante.
Todo el budismo en los Himalayas (Kashmir, Nepal, Sikkim, Bután, Tibet…) es de la escuela tibetana Mahayana pero curiosamente también respetaban las tres partes de la práctica que aprendí en el Theravada (sila, samadhi, panya: moralidad, concentración, sabiduría) aunque como dije, la meditación -y concentración- aquí es menos practicada. Parecen coincidir con las tres partes del Tripitaka del Theravada (vinayas, sutras, abhidhammas). Nawang, el muchacho, también me explicó las 4 sectas en que se divide el budismo de estas montañas (NYINGMA, KAGYU, SAKYA, GELUG); cada monasterio pertenece a una y cada una tiene una línea de descendencia de un lama principal, como el Dalai Lama en la GELUG o el karmapa en la KAGYU.
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Más días perfectos pasaron entre lluvias y conversaciones con Nawang, que practicaba en el cuarto de al lado sus oraciones y al que podía oír con curiosidad cada noche.
Ninguno de aquellos días en Tashiding abrió sus nubes místicas para que pudiese ver las montañas blancas de las que Nawang me había hablado tanto.