Argentino Luna

09 Marzo 2015

Mi camionero había reventado un eje de ruedas. Era la tercera vez que me pasaba algo así con camiones, pero esta vez arrastramos el eje unos 200 metros sin neumáticos y estaba seriamente dañado. Transportaba una grúa inmensa, viajaba a 40 km/h y no cabíamos por los puentes, pero era tan majete que me quedé con él dos días. Tenía una cabina de esas americanas de lujo con dos literas atrás y pasamos una noche aterradora debajo de una tormenta eléctrica que pensé que acabaría con nosotros. Le prometí que mandaría ayuda desde la próxima estación de «camineros», y me subí en el único automóvil que pasó y se paró a socorrernos, a continuar mi aventura, dejándole a él con la suya, sin cobertura, en medio de la nada.

Uno de esos geniales coches viejísimos que corren fatigosamente por las rutas argentinas intentando competir con los nuevos diseños. En concreto una camioneta cerrada y cargada atrás, con un mozo durmiendo una resaca de boda entre mil cajas. Adelante, en un asiento de aquellos contínuos de lado a lado que facilitan el transporte de tres personas, yo iba entre dos gauchos bien apretadito, escuchando en silencio historias que el pasajero contaba al conductor a través de mis oídos, en voz alta, sin darme partido.

De pronto, el conductor se cansó y empezó a rebuscar entre varios de esos cedés que se compran piratas en ruta, con todos los éxitos y baladas y bachatas del momento, a lo cual yo sin dudarlo me cagué en la puta de oros. Pero me preguntó si conocía a Argentino Luna, y lo puso. Y así fue como conocí a un hombre de fama en el país, oyendo sus increíbles relatos acompañados suavemente de guitarra, que queda pasiva ante la fuerza que él pone en su voz al cantarle a su perro, a su guitarra, a un mozo pobre. Tras algunos relatos a todo volumen, mis ojos brillaban en lágrimas, y avergonzado mantenía la mirada al frente, como ellos, pero aplaudía y elogiaba al autor.

Fue el arte, el arte de aquel hombre el que nos unió a los tres y a nuestros mundos lejanísimos, en un silencio que nos conectaba, con cada frase del autor, esperando a la siguiente expectantes, reconociendo la belleza universal que amansa a las fieras. Los tres, desconocidos, mirando al frente, a la línea blanca de la carretera, tal vez a los postes, al horizonte seco patagónico.

Quién sabe. Quizás sus ojos también se humedecían con el arte compartido en una camioneta vieja. Parece más intenso y emocionante cuando se sabe que otros lo sienten a la vez.

Dedíquenle unos minutos a Argentino Luna.

Un par de botas, preciosa

El Malevo, un fiel perro que enfermó

Y mil otras poesías a su guitarra.

Junto al río Uruguay

13 Febrero 2015

Recuerdo un lugar en la provincia de Entre Ríos especialmente por unas grabaciones salvajes de mis excursiones de puesta de sol y adentramiento en la noche. Se llamaba el Palmar, una reserva junto al anchísimo río Uruguay, llena de animales extraños que se metían entre las tiendas de campaña por las noches y por debajo de las mesas. Era un lugar precioso, con inmensos árboles, extraños bosques y vastas extensiones de palmeras con campos verdes y poblados de animales. Un pequeño río daba vida a la reserva antes de desembocar en el gran río Uruguay. En este último veía la luna salir reflejada en sus aguas, que bajaban a Buenos Aires, como yo. Del otro lado, Uruguay, pero muy lejos, mucha agua fronteriza en medio.

Una tarde que me creía perdido, un zorro me siguió o acompañó durante un rato hasta el pequeño río, donde grabé el entorno y sus sonidos. Se ponía el sol y los carpinchos, protagonistas del parque entre muchísimas especies protegidas, se llamaban unos a otros para bañarse.

1-P10809101-P1080907

Ya en la cálida noche veraniega, las estrellas eran muy resultonas antes de la llegada de la luna, y me tumbé en medio del camino boca arriba para observar satélites que parecían pasar todos a la vez, mientras escuchaba la oscuridad palmarense…

El silencio entre los coches

22 Enero 2015

Son tantas horas las que determinaría la suma de mis esperas a dedo en las rutas que se merecen su momento de gloria.

Son momentos dulces si brilla el sol y hay tiempo. Son momentos agrios si se lleva muchas horas y se va el sol. Son momentos feos si se queda uno atascado en un sitio imposible, donde todos pasan a gran velocidad. Pero en común tienen la paz entre coche y coche, ese silencio que a veces dura mucho, y que trae momentos de pensar o no pensar, de evaluar el viaje, de pausa, de escuchar solo las pisadas propias y una patada a alguna piedra bien dispuesta en los alrededores. Si hay calma, se puede leer, esto atrae a los conductores. Queda muy prolijo. Si se tiene música, el tiempo pasa alegremente canturreando. Pero se pierde uno ese silencio entre los coches.