30 junio 14
Hoy me he despertado en Antiguinhos, la hermana pequeña de Antigos.
Era una de esas mañanas nubladas preciosas que sólo dan ganas de pasear por la orilla, y que ponen el mar con un azul limpio, puro.
Es una playa tan pequeña, que anoche temía por la marea, no me dejaba margen. También por la lluvia. Sin embargo, la marea tan sólo borró todas las huellas e imperfecciones de la arena, dejándolo todo virgen, una vez más, para mí, para mis primeras pisadas. Además dejaba la playa bien grande al bajar, con otra estética nueva. Había un barco de vela en el medio del horizonte, bastante bucólico.
Mi única compañía en la playa era una garza blanca a la que fui a saludar temprano, muy despacio, hasta el límite en que mostró signos de incomodidad. Ella pescaba en las rocas.
También hay un río con agua fresca del que bebo. Bueno, y otro montón de perfecciones e inteligencias naturales indescriptibles que harán de hoy otro día desbanalizado, con total seguridad.
O quizás debería decir piterpanizado.