El verdadero mundial no está en el Maracaná, ni en ninguno de los estadios que han sido construidos en medio de la nada, con chabolas al otro lado de la calle, como éste que vi hace poco en Manaos.
El verdadero mundial está en los garotos de piel oscura que juegan allí donde aparece una bola y que nunca llevan nada más que un pantalón, cuando se les cae la bola al agua y la miran desconsolados, como un perro con las orejas levantadas, hasta que a un héroe le ganan las ganas de meter otro gol y se tira a por ella.
Está en los pequeños bares de viejos, que ni siquiera saben con quién se enfrenta luego el que gane, pero disfrutan como niños, alternando el estómago entre cerveza y cachaça y la mirada entre la pantalla y las piernas de la última que pasa. Es donde más me gusta ver los partidos con diferencia.
Está en los lugares donde no hay otra que estar, por razones laborales, y se ve como se pueda.
Está en las favelas, donde se saca una tele como se pueda a la calle para verlo entre amigos, a oscuras.
Está en los gritos de los niños que juegan al fútbol a la vez que su selección nacional, tras las pantallas, porque aún les da igual todo y lo que verdaderamente les divierte es jugar y no el orgullo adulto de ganar una copa.
Está en las calles de mi barrio, Santa Teresa, donde la gente pide que vuelva el último y mágico bonde de Río (tranvía) con el fútbol como grito. Y cuyos raíles en las calles empedradas dan la magia que tenía Lisboa hace 10 años cuando viví su Eurocopa.
Está en el silencio sepulcral que se queda en las calles de la ciudad cuando juega Brasil, pues son dias de fiesta nacionales y los comercios cierran a cal y canto al menos durante el juego.
Está en todos los pueblos y aldeas del país, en los que siempre y sin falta, esté en la montaña o en la costa, se improvisan unas porterías aunque sea con unos palos de bambú, donde todos los jóvenes juegan, con 7 ó 30 años, 24 horas al día.
El verdadero mundial está en los campitos de fútbol de cada lugar, donde a veces el mar es la banda derecha y las rocas son la izquierda, las olas molestan para sacar un córner y los muchachos tienen que subir una montaña de arena para llegar a la otra área, y aprenderse cada día a quién puede pasar la bola por sus camisetas.
Por eso voy con Brasil hasta el final, porque aunque tenga muchas copas, los cracks que juegan todos los días desde el amanecer hasta la noche y lo viven en sus pequeñas calles, con sus porterías de papel, como distracción a sus muchos problemas, se merecen otra.
Está en su sangre, éste es el país del fútbol.
me gusta infinitamente mas tu mundial que el que hemos visto por la tele.
Tus ojos son mágicos , como tu alma. yo tambien voy con Brasil hasta el final.
Y te quiero infinito