Otra noche rica en este sitio, otro ratito para ponerme a escribir.
Entonces estábamos en que nos dirigimos hacia el cenote Carwash.
Dicen que allí había un lavadero de coches, hasta que un buen día se dieron cuenta de que había un cenote o de que el cenote era cojonudo, una de dos, y el propietario triunfó. Los cenotes aquí pertenecen al que posee la tierra, así que éste puede cobrarte lo que quiera por el acceso, normalmente dependiendo de la calidad del cenote… Vamos, que aquí nadie pierde el tiempo ni el dinero. Y me alegro por ello.
El brief (explicación previa) de este cenote por parte de Julien incluía cosas como que la capa de azufre no estaría tan profunda. Al no estar tan profunda, recibe mucha luz encima y la visibilidad lumínica, una vez atravesada, sería bastante buena. En el caso de Angelita, la capa estaba a unos 30 metros ó más, y debajo la luz era casi nula.
Atravesar una nube como ésta es algo grande. En casi todos los cenotes que he visitado, la nube suele coincidir con una haloclina (diferencia brusca de salinidad) previa, que hace que pierdas la nitidez de golpe, sólo cuando entras en contacto con ella… Todo se pone turbio y difuminado.
Mientras se atraviesa, además, la visibilidad es casi nula… Puedes ver tu mano, pero nada más lejos. Para ello y por seguridad, los tres nos pusimos muy cerca, casi en contacto físico y con linternas encendidas, y con un gesto, nos dejamos caer al vacío.
De repente todo está mas salino, y el azufre huele que apesta. Es totalmente fétido. Pero en algún momento se acaba… Y estás debajo!
Aquí nos ponemos en marcha después de haber roto la nube a nuestros pies.
Estás en un jardín nuevo para tu conciencia. Nunca visto, abre la mente bien y tus ojos, quieres recordar esto mucho tiempo. Es decir, si tus ojos te dicen que estás viendo una hoja elevada sobre las demás con forma de corazón y una especie de palo en el punto de inflexión de su flotabilidad y dispuesto verticalmente, tú, chitón.
A veces se te ocurre que estás a gran altitud en una montaña de un país extranjero con una vegetación rara, y alcanzas la cota de niebla, que equivaldría a nuestra nube. Es guay hacer comparaciones con el medio natural que tenemos a diario, porque siempre puedes decirte: ‘Ya, pero ahora estoy volando’. Flotando, es lo más parecido, exploras flotando, como en algún sueño.
Montaña, campo, cavernas, cuevas, flotando.
No podríamos irnos sin descender por una de éstas bucólicas laderas hacia las grutas. Hay mucho que ver en las cavernas. A parte de flotar claro, perdonad mi insistencia con tal palabra. Pasar por ciertos lugares más cerrados, ver desde diferentes puntos de vista la luz, el agua, los peces que sacan pecho como diciendo, ‘aquí mola más, pringaos‘,
ó quizás mejor,
‘ya estamos, ya viene la chusma ésta‘. La tranquilidad de todo y las burbujas metiendo ruido y jugueteando con el techo a formar charcos, OJO a la ironía de utilizar la palabra charco en esta ocasión. Curioso…
Aunque aquí parezca la boca del lobo, se ve lindo y en ningún momento agobiante, la tranquilidad es tu aliada de principio a fin de la inmersión. Aunque hay zonas reservadas para expertos, claro.
Mientras, no quiero perder el control de mi flotabilidad ni un instante, no quiero ni rozar de lejos una piedra o estalactita, el respeto que infunde el lugar es de tantos milenios de historia… En algunos cenotes he visto incrustadas en el techo muchas conchas de cuando el agua cubría (ésta vez de otra manera y más salada, obviamente) el Yucatán. Cuántos años tendrá cualquiera de esas conchas. Cuánta retórica te da tiempo a dejar discurrir por tu mente con semejante evasión!
Entre belleza, shock, alegría, impresiones y retórica, poco a poco vamos volviendo a donde pertenecemos.
Otra vez hemos de cruzar el umbral entre el aquí y el allá. O el allá y el aquí, me confunde.
Ascendemos…
Unas cuantas horas más tarde, puede vérseme a mí en la cama, tumbado de lado apoyado en un hombro.
Pero mis ojos están bien abiertos, y en mi mente tan sólo hay una palabra…
…JARL!!!
Próxima entrega: Los cenotes A PELO