Aún recuerdo muy bien aquella noche de Febrero, la última en el extranjero.
Ya tenía aquella sensación inesperada de estar ya en casa, provocada por el tiempo que llevaba surcando Europa a dedo y reviviendo mi propia cultura, sus sabores y sus aromas, buenos y malos. Estaba en la ‘Dune du Pilat’, en la costa atlántica francesa cercana a Burdeos, y al día siguiente, con suerte, podría entrar en España si me iba bien el autostop. Era consciente de que era mi última acampada en el exterior, en el mundo desconocido, las últimas estrellas y palabras vistas y habladas en otros idiomas. Pronto cruzaría esa frontera con la que había soñado tanto tiempo entre Francia y España.
El caso es que estaba animado a hacer algo especial y el lugar era perfecto para saborear lo que se acababa. Allí, junto a la duna más grande de Europa, había un bosquecillo de pinos en lo alto de las arenas con claros donde acampar y vistas a la puesta de sol en el mar, a unas marismas de arena y a unos faros rojos y blancos en un cabo cercano. Fuego, carpa y hamaca, en la que me tumbé a disfrutar de las nubes que perdían ya colores y del viento ya amainadito junto al fuego nocturno… El fuego…
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El último fuego extranjero – 24 Febrero 2017
El último fuego del extranjero; el último guarreo de estar sucio de varios días acampando por Francia antes de entrar en España. ¿Cuántos fuegos como éste he hecho? ¿Cuántas felicidades, calores, compañías y bienestares me han dado? Lo miro sin pausa. Siempre que he tenido fuego, no me ha faltado nada. Las peores noches, las de frío, viento y niebla, son gentiles si está mi fuego.
¿Qué estoy acabando realmente? ¿Quiero?
Mañana, en España, hablarán español del nuestro, del que me aburría o molestaba cuando lo oía muy lejos, cuanto más lejos, más lo rechazaba, sin saber bien por qué: tal vez el escucharlo me acercaba a algo de lo que había huído, tal vez me sacaba de mi evasión. Ahora será el español que me diga con su sonido que mi largo sueño se ha acabado, que estoy en España. En casa…
HOY, sigo en el extranjero. Hablan otros idiomas, me esfuerzo por hacerme entender en sus lenguas. Hoy es mi último fuego en el extranjero; hoy sigo viviendo yomelargo, pasan las horas y no me importa, podría estar aquí toda la noche, que pasen las horas, en este contexto no importa… es perfecto. ¿Por qué nadie disfruta esto cada día como yo? Pero si es genial.
Mañana recogeré todo esto de nuevo.
Mañana oleré mucho a fuego de nuevo.
Mañana saldré definitivamente del extranjero.
Hoy es un buen día para llorar; pero estoy contento.
Adiós a todos: Gracias.
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Es curioso cómo las cosas pierden valor en el momento en que se tienen. Hay cosas que deberían no tenerse nunca, por ejemplo las que más queremos. En el caso de un viaje así es aplicable a los lugares remotos que uno posee al visitarlos: la insignificante presencia de uno allí los convierte en algo terrenal y burdo, una gran parte de la magia y dimensión que puede tener en la imaginación se desvanece con la mera visión o con las circunstancias vulgares que lo rodean en su enclave. «Si yo podía estar allí, es que ya no era tan locamente maravilloso». Ahora, a punto de tocar mi tierra, tenía mucha menos emoción que la que imaginé, que la que se generaba con solo pensar en tal día, cuando estaba aún a miles de millas de ella. Volvía a pasar lo mismo…
Más adelante caminaba durante al menos un mes el camino de Santiago, con tiempo para «prepararme a llegar«, con más fuegos y noches de introspecciones y despedidas. El caminar pegado a la costa norte me hizo reenamorarme de mis gentes, cultura, comida y paisajes. Si el camino se despegaba de la costa hacia el interior, yo me mantenía siempre junto al mar, que siempre me ofrecía temperaturas medias, paisajes inéditos y puestas de sol que concordaban con las sensaciones de mi interior, melancólicas y conclusivas, pero alegres. Saboreaba los matices agridulces que tiene acabar un vivir inmensamente valioso e irrepetible que no cambiaría por nada del mundo material, y por fin estar de vuelta tras más de 1500 días, ya tan cerca de… lo mío.
La infinitamente bella costa norte aliñaba esta última sensación de alegría y de estar muy vivo. Entendí que solo puede conocerse bien caminándola de aquel modo, paso a paso, saludando a cada cala y a cada playa. Supongo que tras un viaje así todo es más bello o nada tiene por qué ser más feo que las cosas más bonitas que se han visto fuera.
La costa vasca me sedujo, la cántabra me enamoró. Encontré buena gente. Un día un señor inglés afincado me vio esperando la barca para cruzar la ría de Santander agotado y preguntó desde dónde caminaba el camino de Santiago. Cuando doy la respuesta verdadera a esa pregunta, a saber, que camino desde Méjico y desde hace 4 años, al principio se enfadan pensando que soy un borde y que me río de ellos. Cuando ven en mis ojos -o tal vez tras mirar bien mi barba, poncho y mochila- que no hay malas intenciones, se interesan tremendamente.
Alistair me pagó la barca, me llevó a su fantástica casa en Lloreda, me preparó un baño caliente -el primero en 4 años que yo recuerde- y me dio cama, comida y calidad de vida durante dos días. No es el único caso de personas que me han alimentado de corazón en mis extenuantes días finales, que no han querido cobrarme o que me han pagado el café sin decirme nada en un bar al oír mi historia. Decidí que estas cositas, más que hospitalidad, eran los famosos milagritos que dicen que pasan en el camino de Santiago, como sigo considerando que la fé empieza al considerar las coincidencias y señales alegres de la vida como obras divinas por y para uno. Sí.
Una fría noche en una playa que mostró ser enorme al caer su marea, me topé con la luna llena número 50 de mi viaje:
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50 lunas llenas – 14 marzo 2017
Qué genial recorrer mi país pasando por tales lugares, empezando a ver a mi gente y conociendo a otra. Qué calidad de vida y qué lindo país. Pero esta noche vuelve la melancolía: la luna llena número 50 empieza ya a menguar tras dos días de nubes sin verla. Hace tres días salía ya casi llena entre las rocas de mi acampada más calurosa del camino, en aquel alto verde sobre Laredo: no la valoré. La valoro hoy, en una playa de Cóbreces, en la que tengo frío y no paciencia para esperar a que salga tras un monte y su bosque de eucaliptus…
Me voy con mis sandalias indias hasta la orilla, ya lejanísima en una marea baja que sí ve a la luna salir tras los árboles, confirmando que es la 50, la última, y que se va como se ha ido todo, como la 13, la 26, y la 39 o 40: chao. Todo se acaba y pasa, y mi esperada llegada a casa se despliega en sus múltiples partes (hermana, amigos, Santiago) de una manera vertiginosa e imparable: ni puedo pensar ni escribir, hace mucho frío y el frío también acelera esta mirada a la luna.
Estoy muy solo como siempre, aunque hoy he visto a dos peregrinos alemanes, los primeros. Tengo un buen sabor de boca. Las playas son geniales. Mi hamaca está colgada en unos columpios pero hace frío para disfrutarla. El campamento está en un parque tras una pequeña duna; tantas veces acampado y no me canso de ello.
La luna! Vuelvo a mirarla, ya no la veo bien; mengua, se va. Una pequeña estrella junto a ella me recuerda que la luna subirá más lenta que la estrella, retrasándose. Mis pensamientos suelen ir por ahí cuando miro hacia el espacio, con cosas de física o astronomía. Yo también quiero retrasar las cosas en este imparable final.
Intento ponerme serio ante tal lunaza trascendental, vuelvo a pensar en las otras 49 anteriores y recuerdo alguna de ellas. 50 lunas. En la jungla. En el velero. En Nueva Zelanda. En el Taj Mahal. 50.
La playa es ancha. Unas luces pobres indican allí donde hay propiedades que pertenecen a alguien. No a mí. Mi propiedad está clavada a unos 100 metros de aquí; es todo lo que tengo y he tenido en 50 lunas. Quiero seguir no necesitando más. Una mochila dentro de una tienda. Estoy muy cerca de las olas: la arena mojada ya se hunde bajo mis pies, y la 50 se refleja en ella. Juraría que no se ha movido. Hoy la luna parece no querer subir.
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Me costó tremendamente dejar la costa y una apasionante Asturias en Gijón pero la llamada del camino francés me hizo bajar a León. Dejé un paisaje más bien templadito entre mar y montaña -en días muy buenos veía los picos de Europa en la distancia- por uno mucho más frío: una ola había cubierto de nieve el Bierzo pero me encantó surcar paisajes blancos en mi peregrinación final.
Una trepidante noche con el famoso Tomás ‘el último templario’ en su fría choza cubierta de nieve con interesantes personajes del camino y conversaciones esotéricas junto a la chimenea (cualquier otro sitio era frío) me hizo amar aquella ruta. Marmita de barro con sopa de pescado bendecida por Tomás rápidamente para dar inicio a conversaciones conspirativas, y Luca, un extraño chamán occidental, nos ‘balanceaba’ con una curiosa barra de poderosos materiales y contestaba a nuestras preguntas tras observar su péndulo unos instantes.
Andy el danés barbudo y yo nos zambullimos en una conversación sin fondo sobre la actitud ligera ante la vida, la aceptación y el dualismo mientras dos preciosos perro-lobos (hijos de una loba de la zona) vigilaban con ladridos los alrededores y parecían estar al lado, pues las paredes de madera de la cabaña no paraban el exterior. En la buhardilla, al acostarme, volvía a mi diario:
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En casa del último templario – 24 marzo 2017
SÍ SE MANIFIESTA HOY CLARAMENTE en mi presente algo brillante que SÍ traigo de vuelta en mi mochila interior; algo que dá sentido a todo y que de hecho se sobrepone a todo, riega todas las demás necesidades sutilmente como el árbol que hace llegar a todas las ramas el agua que depositamos en sus raíces… tal vez porque nutre, a la vez, la más importante llama, la del corazón.
Este agua es la certitud de que estoy exprimiendo mi vida.
De que no, no tendré, mirando atrás el día de mi muerte, la sensación de no haber vivido.
De que no podría estar haciendo nada mejor que ésto, lo que más me gusta.Ya no importa nada más, ya ése fue objetivo, ya todo ha valido la pena. Libertad!!!
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Finalmente, Galicia. Las acampadas en la costa se habían sustituido por acampadas junto a riachuelos limpios que motivaban mi interacción con la naturaleza de mi país. Los campos eran verdes y blandos y podía elegir dónde parar cada atardecer sin mucho pensar; las tierras eran tranquilas. Me quedaban pocos días para llegar a Santiago y las emociones surgían a ratos.
En la verdadera última noche de yomelargo saboreaba esa Libertad por todo lo alto. Me alejé, como de costumbre, para poder hacer fuego en un bosque, a unos 20km del final. Todo valía. Me senté de piernas cruzadas en mi ‘terraza’, así llamaba a la extensión de plástico que colocaba junto a la puerta de mi tienda, con todos los utensilios desperdigados pero en su sitio. Encendí las últimas velas, que venían tal vez desde India, o quizás del monte Atos en Grecia. Cerré los ojos, estiré la espalda por última vez para meditar, escuché el último ‘silencio’. Esperé a que se consumiesen las velas para encender el fuego ante mí, y escribir.
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La última noche – 05 Abril 2017
Al acabar de cenar me dí cuenta de que estaba fregando los cubiertos con la lengua y un cachito de papel higiénico por última vez, como hacía siempre al recoger. Me dí cuenta de que se acababan las mañanas en que despertaba, y ya tras tanto viaje y adaptaciones y moldeos a diferentes cosas y gentes cada día, tardaba en darme cuenta de dónde coño estaba, y tenía que encender la luz o abrir bien los ojos para averiguarlo. Se acababan esas mágicas despedidas de personas salpicadas por la seguridad de que no las volvería a ver y por la gratitud de haberlas encontrado y poder guardar sus mensajes.
La palabra libertad volvió a mi mente. Mi mente la categorizó en 3 libertades diferentes; primeramente volví a aquella libertad suprema que experimenté en los Andes, la de tener «refugio y comida» y no necesitar absolutamente nada más durante interminables días. Después fluí hacia la libertad del dinero, la comprada, la de pagarlo todo curando faltas y penas. Náh. Pero me dí cuenta de que existía una tercera muy superior a las demás, una que era absoluta y no relativa a ningún bien material. Era la libertad divina, o liberación más que libertad. La de no necesitar nada porque uno ya se ha creído y convencido de que lo supremo no está en este mundo, de que la única misión o lo único que importa no pertenecen a esta historia, y se libera así de cualquier apego ilusorio.
Claro que, una cosa es entenderla intelectualmente y otra es experimentarla… reservado tal vez a santos. Qué suerte. Aunque, sabiendo que esa búsqueda de la libertad (o tal vez liberación) solo necesita una dirección, y no un destino, y aunque yo me parezca más a los hombres grises que a un santo, por lo menos sé que quiero moverme siempre.
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Caminé raro el último día. Paraba a sentarme a veces, nervioso. Mis pacientes padres y yo colisionamos en interminables abrazos en la plaza del Obradoiro, entre gritos y lágrimas. Saludé a Santiago y lloré bien con él en el sepulcro, emocionado y evaluando el milagro de mi historia, definitivamente afortunada al tener en cuenta las condiciones en que han transcurrido estos largos y sabrosos años.
La tierra se me acabó en Finisterre, compartiendo con mis padres el último té caliente hecho con mis latas. Observaba el océano y la puesta de sol del día 1550 de bitácora, y pensaba que esta vez no iba a pensar cómo cruzarlo. Estaba feliz con mi llegada, y podía dejar de perseguir al sol hacia el oeste por el mundo. Le dejé ir.
Llevo siguiendo mucho tiempo tu blog, incluso te escribi hace tiempo al mail (recuerdo que ibas a llegar a India por aquel entonces). He leido esta entrada casi con lagrimas en los ojos, consciente de lo que has logrado y al mismo tiempo sabiendo que en este blog solo hay reflejada una milesima parte de lo vivido. Gracias de todo corazon por tu constante recordatorio del amor a la vida.
Emoción y sorpresa!!! Pensé que todo había terminado, que ya no te volvería a leer más… Y llegas de nuevo cerrando el ciclo completo!!! Una delicia, como siempre! Gracias! Ójala vuelvas algún día de nuevo a contar tus aventuras!
Lágrimas las mías al ver que estáis y que existe en vosotros la sensibilidad para apreciar la historia y sobre todo el amor a la Vida. Viva!
Gracias por compartir, porque no «sólo solos somos libres». Tu alegría es la nuestra. ¡Respect!
¡Cuánta emoción reflejan tus palabras! Me hiciste volver nuevamente a mi viaje, a esos días donde la libertad es lo único que se tiene y que reconforta tanto.
No sé si aún me recordarás. Nos conocimos en Benarés, India. Te dejé una L. Planet del norte de India pero pesaba más que toda tu mochila y decidiste dársela a alguien, jaja. Me alegra saber que ya estás en casa. Yo también regresé este año y es inevitable mirar hacia atrás y dejar que las lágrimas se desprendan solas, mezclando emociones que aún me cuestan descifrar.
Si volves a Argentina, acá estaré para compartir todas esas anécdotas que EL VIAJE nos dejó. Un fuerte abrazo!
Gracias Matías!
No os olvido ni a vos ni a aquel lugar de Benares donde dormíamos. Tenia una azotea al cielo ese de India brumoso y cálido, donde sólo reinan los muchachos que manejan mañosamente las cometas que cortan los naranjas del atardecer y los monos que se llevan tu fruta en cuanto te descuidas.
Cuántas cosas bellas!
tarde, leí tus escritos te felicito por ello, te felicito por tu valor te felicito por tu aventura.
Nunca es tarde Evaristo!
Muchísimas gracias.